13 - EL OTRO LADO DEL ESPEJO




24 de abril, día 5.-

Son tantas las sensaciones que me abruman que no estoy segura de poder transcribir mis propios pensamientos.

No he tenido en cuenta esta contingencia, a pesar de que ya debería conocer mis propias limitaciones, y en estos momentos la sensación de irrealidad es tal que no soy capaz de afirmar si estoy despierta o sigo perdida en medio de la extraña visión nocturna. Me obligo constantemente a tocar los objetos que me rodean y a poner a prueba el resto de los sentidos con la vaga esperanza de regresar al mundo tangible.

Hasta mi nariz llega el tufillo a tinta rancia y papel viejo, procedente de la novelita sobada que mis dedos tocan a cada tanto, pero esto no me ayuda demasiado aunque debiera hacerlo, sin duda. Esta noche he soñado por primera vez desde que todo este embrollo empezó, y fue precisamente ese olor el que dominó la pesadilla...

El olor rancio y los sentimientos de oscuridad y terror en mitad de la nada...

Por otro lado, es tanta mi impaciencia que apenas soy capaz de pensar, y mucho menos de trasladar mis pensamientos al papel... Creo que me faltan datos, o tal vez debería analizar concienzudamente todo lo ocurrido desde que llegué a Granada. Quizá después sea capaz de encontrar una explicación coherente para éste primer sueño...

¡Es absurdo...!

Ni siquiera consigo concentrarme adecuadamente...

Volveré a intentarlo esta noche...

A las 8:40 de la mañana de un martes ensombrecido por las nubes, Angie deja caer el bolígrafo sobre el papel con un gesto de desaliento. Después separa unos centímetros las cortinas entre sí, alargando el brazo hacia el otro lado del estrecho escritorio, y vuelve a mirar al exterior.

Hace diez minutos escasos que saltó de la cama con la seguridad de que al otro lado de la calle Molinos, en la acera de enfrente, la esperaba alguien con impaciencia. Abandonó las sábanas, movida por un extraño impulso, y escrutó el exterior con una extraña sensación en el estómago, como de hormigueo, pero la vía estaba casi tan desierta como ahora mismo, apenas salpicada por un puñado de vecinos madrugadores y cariacontecidos, que miraban sus relojes de pulsera con preocupación al tiempo que apresuraban el paso.

Se incorpora despacio y descorre las cortinas completamente, aunque la luz que penetra en la estancia es incierta, no la ayuda sino a volver a su alucinación nocturna.

Suspira profundamente y se pregunta las razones que la devuelven una y otra vez a estos episodios delirantes desde hace poco más de tres años, pero el pensamiento apenas queda fijado en su cerebro porque una idea nueva le asalta la mente de inmediato...

La pasada noche no estuvo sola en mitad de su propia pesadilla, como viene siendo habitual. Puede afirmarlo sin miedo a equivocarse. Se esfuerza en rememorar el sueño desde el principio y se siente acompañada en todo momento por alguien que compartía de alguna forma sus inquietudes, su miedo, a través de un pasillo tenebroso y oscuro, dominado por una mezcla de olores sucios de polvo humedecido, o de ladrillo viejo deshecho por el tiempo. Y al final del túnel una luz titilante, moribunda, alumbraba en su pesadilla el perfil de una mujer joven acurrucada en un sillón destartalado y arcaico, y embutida en un lío de mantas. Ahora, al recordar, Angie cae en la cuenta de que hasta ese lugar, esté donde esté, aún no ha llegado la primavera...

Anoche volvió a sentir el estremecimiento de su propio cuerpo contagiada por el temblor de una desconocida que tiritaba frente a ella, a menos de dos metros de distancia, y buscó inconscientemente el consuelo en la persona que tenía a su lado aferrándose al brazo de ésta con todas sus fuerzas, aún a sabiendas de que no tenía conocimiento de la identidad de ninguno de los dos. De la chica, apenas podía percibir su perfil y escuchar los leves lamentos, aunque da por hecho que se trataba de Paloma... De su misterioso acompañante, sólo puede asegurar que compartía con ella el deseo de llegar hasta el final del pasadizo, a pesar del terror que los poseyó a ambos cuando estaban a punto de dejarse ver bajo el tenue reflejo de la bombilla desnuda, justo en el instante en que Paloma decidió girar su rostro y mirarlos con el gesto demudado por el terror...

Unos golpes inesperados al otro lado de la puerta la obligan a dar un respingo y la arrancan con violencia del pasillo tenebroso de sus sueños...

-Son las nueve en punto... Le traigo el desayuno, señorita.

La voz del camarero retorna a Angie al mundo de lo tangible, de lo evidente. La chica traga saliva y vuelve a mirar al otro lado de la ventana antes de dirigirse a la puerta. En la calle, un hombre de complexión recia y estatura sobresaliente, tira hacia arriba de una persiana y deja al descubierto la entrada de un supermercado justo en el punto en que Angie creyó adivinar una presencia mirando hacia su habitación hace sólo unos momentos... Ahora piensa que el sentimiento manaba de su propio interior, de la necesidad de identificar a la persona de su sueño, aunque a estas alturas ya puede imaginar de quien se trata...

El camarero es un chico joven, de unos veinte años. A Angie se le ocurre que puede ser el hijo del conserje que estaba de turno la noche anterior, porque comparte con él su manera pícara de sonreír, la misma con la que intenta aturdirla en este preciso instante, y esos ojos de color indefinido, entre azul y gris. Angie tarda unos segundos en reaccionar hasta que le señala la mesa del escritorio y contesta a su gesto con un guiño de complicidad, a modo de agradecimiento, aunque esforzándose por ignorar lo que le parece adivinar detrás de esa sonrisita ladina. Tomás le dijo que en este hotel la tratarían como en casa, piensa, aunque no imaginaba nada parecido...

Angie sonríe ante su propia ocurrencia, sin advertir que el chico la mira expectante desde el otro lado del escritorio, apenas a medio metro de distancia. Cambia el gesto inmediatamente y carraspea como una cría pillada en falta...

-Gracias, pensaba bajar al comedor a desayunar, pero así está mucho mejor...

-¿Almorzará en el hotel...?

Angie se aparta del escritorio. Incómoda por la insistente insolencia de los ojos de su interlocutor, comprueba con disimulo que el pijama de verano oculta convenientemente su cuerpo y se dirige hacia la cama, donde se encuentra su bolso.

-No, no regresaré hasta después de comer...

Busca el monedero apresuradamente, pero cuando se da la vuelta el empleado ya ha alcanzado la salida.

-No se preocupe, no es necesario que me de nada -vuelve a mirarla fijamente antes de desaparecer en el pasillo oscuro-. Que pase un buen día...

La puerta se cierra y Angie asiente en silencio, con los ojos clavados en el picaporte inerte, desconcertada. La noche anterior el padre del chico, o quien quiera que sea, también le rechazó la propina. No está acostumbrada a esta forma de hacer, así que imagina que es cosa de Tomás. Deja caer el monedero sobre las sábanas y resopla turbada. Preferiría pagar la estancia de su bolsillo y dejar propina religiosamente a cambio de pasar desapercibida. El hotel es muy pequeño, sólo tiene nueve habitaciones y le consta que al menos la mitad están vacías. Por otro lado, el trato que recibe es demasiado familiar, circunstancia que agradecería en otro momento, en otro lugar...

Es extraño, piensa, desde que llegó a Granada tiene la sensación de que no ha hecho sino volver a un lugar conocido, frecuentado en algún momento impreciso de su vida, aunque sabe que esto es completamente imposible. Hasta hace una semana, sólo sabía de la ciudad lo que todo el mundo sabe, que guarda entre sus muros uno de los tesoros más preciados de la humanidad, la Alhambra, y poco más...

Vuelve a su lugar en el escritorio y aparta el cuaderno de un manotazo. Después, centra la bandeja y acerca la nariz a la taza de café para oler con fruición.

"Es curioso -piensa-, esta mañana mi deseo de tomar té ha desaparecido como por ensalmo..."

Suspira desconcertada y fija su atención, una vez más, en la novelita manoseada. Entonces recuerda la conversación que mantuvo la tarde anterior con Dai acerca de ese libro y la sensación que la atormentó durante la misma. Por alguna razón pensó que la chica no era totalmente sincera. Cabe la posibilidad de que no sepa nada acerca de las lecturas de Paloma, tal y como afirma. No tienen por qué compartir sus aficiones y, de hecho, por lo que Angie va averiguando, las dos hermanas no poseen muchos puntos en común. Sin embargo, le resulta incomprensible que dos personas que comparten habitación se limiten a vivir en soledad ignorando la presencia de la otra. Eso es imposible, más aún cuando las dos personas en cuestión están unidas por lazos familiares poderosos. Estas cosas pesan. Angie lo sabe por experiencia.

Le pareció más bien, la tarde anterior, que Dai poseía algún tipo de información que consideraba importante pero que, por alguna razón, no estaba dispuesta a compartir con ella. Y ahora este hecho, precisamente, es el que le preocupa. Después de todo, los datos que la chica pueda aportarle apenas son necesarios ni relevantes si no está Mikel, que es el que se ocupa de esos detalles. Angie no funciona de esta forma. Su mente no ordena los pensamientos ni busca las causas y los efectos que éstas aportan a la historia. No clasifica los hechos de manera lógica ni organiza los acontecimientos con ningún método. Sencillamente, se deja llevar por sus propios sentimientos. En ocasiones como ésta, su vida desaparece y ella pasa a formar parte de la persona desaparecida. Su voluntad se anula y apenas es consciente de sí misma...

Aunque esta vez todo parece diferente. Ahora no le basta con medir sus propios pálpitos cuando se encuentra en contacto con el espíritu de Paloma entre sus objetos personales en su habitación, en su hogar o su barrio, porque siente que eso es buscarla sólo a medias; que su pensamiento no conseguirá llegar hasta la chica desaparecida por sí solo porque se siente incapaz de interpretar el extraño código con el que Paloma escribe en su mente. Necesita a Dai junto a ella. Está segura de que es ella la que la empuja y convierte la búsqueda en urgencia; la que remueve sus sensaciones y la obliga a percibir el mundo desde una perspectiva increíble e inesperada...

Desde ayer siente que ha venido a esta ciudad a encontrarse con ella, que la búsqueda de Paloma no es más que el nexo, la empresa en común, la excusa para el encuentro; el vínculo que las anudará definitivamente la una a la otra de manera extraña y permanente...

Sacude levemente el mentón e introduce la tostada en la taza de café con leche con aire distraído. Si su madre fuese testigo de estos pensamientos se enfadaría sin duda y constataría empecinada, una vez más, su debilidad de carácter y su dependencia enfermiza.

"Puede que sólo sea eso -piensa-, puede que me sienta más abandonada de lo que quiero admitir y haya elegido a Dai inconscientemente para tapar el hueco que Pati ha dejado en mi corazón..."

Así que, en ese sentido, se alegra de estar lejos de casa. Las arremetidas de Leticia, su madre, nunca la ayudan a nada que no sea empeorar su estado de ánimo.

Aparta la bandeja con el desayuno a medio consumir y alarga la mano hasta el librito, una vez más. Después lo abre al azar y ante sus ojos aparece la página 91 plagada de acotaciones en el estrecho margen de la derecha. La letra es diminuta, ilegible. Aunque al final, junto al número de paginado, una frase escrita con mayúsculas reclama su atención. Angie la lee desconcertada una y otra vez. La tarde anterior, tanto Dai como ella misma, manosearon el libro muchas veces durante su conversación sin ver aquella página, a pesar de que Dai buscó algo parecido entre las hojas al tiempo que le hablaba sobre la fea costumbre de su hermana...

-Cuando éramos pequeñas debía tener cuidado con los libros que le prestaba. Siempre los emborronaba...

Dai hablaba con una leve sonrisa en el rostro, pero sin mirar a Angie, mientras pasaba las páginas de la novelita rápidamente, con pericia.

-Es extraño -balbuceó bajito-, parece que esta novela es la excepción -ahora se encogió de hombros y volvió a dejarla sobre la mesa, con displicencia-. Puede que no le gustase, o quizá todavía no haya tenido tiempo de leerla.

Angie la miraba atentamente, más pendiente de su aura de color lila vivo que de sus palabras, y la chica parecía consciente de ello.

-¿Por qué me miras así...?

Su pregunta sonó impertinente y cercana a la vez.

-Tengo la sensación de conocerte desde hace tiempo y es algo que me desconcierta bastante...

Angie le contestó con toda la sinceridad de que fue capaz. Deseaba romper barreras cuanto antes, aunque tuvo la sensación de que su declaración sonaba fuera de lugar, sobre todo porque le pareció que Dai había perdido el interés por su respuesta justo después de formular la pregunta.

-De todos modos, no encontrarías nada interesante en las acotaciones si las hubiera -señaló el volumen con desdén-. Suelen ser bobadas del tipo "esta frase encaja mejor al principio del capítulo..." -su falsete no sonaba burlón sino, más bien, resignado- y cosas así...

-¿Qué quieres decir con eso?

Angie intentaba seguir el hilo de sus razonamientos, pero le parecía que la chica estaba distraída, dispersa, o tal vez dejaba las frases a medias esperando a que la propia Angie las acabase.

-Paloma piensa que carece de talento, pero no es cierto. Sólo le falta valor...

-¿Talento...? ¿Valor...? Perdona, pero no te sigo.

-Talento para escribir y valor para vivir su vida, para ser ella misma...

-¿Paloma escribe...?

Dai sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo trasero de su vaquero y miró alrededor con aire pretendidamente indiferente. A Angie se le antojó que la chica intentaba decidir si debía bajar sus defensas dialécticas frente a ella. La noche era agradable y cálida en aquella terraza del campo del Príncipe, y Dai parecía perfectamente integrada en el ambiente. De vez en cuando, adelantaba el mentón hacia la acera en respuesta al saludo de alguno de los muchos paseantes que atestaban la plaza entera. Eran las ocho y media de la tarde y los críos revoloteaban alrededor de las mesas embebidos en sus propios juegos, sin importarles si arrollaban al camarero o arrancaban los bolsos de las sillas en sus locas carreras. A Angie no se le escapó el detalle de que este ir y venir molestaba sobremanera a Dai. La vio resoplar angustiada y pellizcar la base de su nariz con el corazón y el pulgar de su mano derecha, como si intentase así concentrar su atención en la conversación que las ocupaba...

-Aún no lo hace, pero es su deseo más ferviente.

-¿Te lo ha dicho ella?

-No hace falta que lo haga, a mí no me puede engañar -exhaló el humo del cigarrillo con fuerza hacia el cielo, mientras su mano izquierda jugueteaba sobre la mesa, tanteando la humedad helada del vaso que contenía su cerveza.

Angie sintió una vaharada de calor procedente de la puerta de acceso al bar, muy cerca de la mesa donde se hallaban sentadas, al mismo tiempo que el olor a pescado adobado inundaba sus fosas nasales. Aquel aroma y los ojos escrutadores de Dai consiguieron trasladarla hacia alguna situación parecida, no muy lejana en el tiempo y protagonizada por la hermana ausente. Intentó aferrarse a la extraña sensación, consciente de que ahora sentía a través de Paloma.

-¿Sales a menudo con tu hermana?

-Sólo de vez en cuando. Ella prefería la compañía de Marta, siempre fue así, y después de la muerte de ésta perdió el deseo de vivir.

Angie sintió que una tremenda angustia se le instalaba en el estómago. De repente le pareció comprender hasta qué punto se sentía sola y desamparada la chica ausente.

-Paloma está viva.

La afirmación de Angie fue tajante, aunque al parecer no lo suficiente para convencer a su hermana.

-¿Cómo puedes estar tan segura? -adelantó el mentón hacia ella por encima de la mesa y le escupió el humo del cigarrillo a la cara.

Pero Angie apenas era consciente del rechazo de la chica. Necesitaba saber...

-¿Por qué tiene miedo...?

Formuló la pregunta sin pensar demasiado en las consecuencias y la reacción no se hizo esperar. Comprendió que se había apresurado cuando Dai arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó a tientas, sin apartar sus ojos de los de ella. Su gesto parecía contrariado, y Angie entendió en ese momento que su acompañante estaba dispuesta a hablar sólo hasta cierto punto. Éste era un gran inconveniente, no por la información que pudiera ocultar sino porque ella necesitaba de su complicidad. Empezaba a ver claro que era Dai la que tenía la facultad de abrir la puerta que le permitía contactar con Paloma... Aquella misma mañana había empezado a vislumbrar algo a partir del momento en que Daí comenzó a subir las escaleras del edificio hacia su hogar. Ahora estaba casi segura de que el libro no había sido el único factor desencadenante de la visión, aunque hubiese colaborado a ello igual que lo hacía en aquel preciso instante, entre sus manos.

-Paloma no tiene motivos para temer nada.

-Dai, tu hermana está aterrorizada...

Angie aseveró consciente de que no hacía más que empeorar las cosas, pero se había propuesto ser sincera desde el principio. Era más que evidente que la conexión entre las dos mujeres iba más allá de las palabras, y la madrileña no quería arriesgarse a perder su confianza. Aunque, en base a lo acontecido a lo largo de la entrevista, cabía esperar multitud de obstáculos hasta recuperar ese sentimiento apenas perfilado.

El resto de la tarde estuvo cargado de evasivas y comentarios huecos acerca del tiempo o la ciudad. Los intentos de Angie por recuperar el tema de Paloma fueron inútiles y, poco a poco, la puerta volvió a cerrarse hasta que el sentimiento de angustiosa soledad desapareció.

Un poco más tarde, mientras se despedían en la puerta del hotel, Angie sintió que entre ella y Dai comenzaba a levantarse un muro. Avanzaba despacio pero era consistente e infranqueable, y pensó que era tarea suya impedir que se alzase definitivamente. Después de todo, era ella la que había irrumpido en la intimidad de una familia atormentada y pretendía inmiscuirse en un tema doloroso y delicado a la vez. Podía darse con un canto en los dientes si había conseguido llegar de alguna manera hasta la hosca y huraña Dai, porque necesitaba realmente su ayuda y le constaba que no era una chica accesible. En realidad le pareció que incluso Tomás y Elvira procuraban mantener cierta distancia entre ellos y su hija. Así que, decidió ir más despacio y reprimir de alguna manera la fascinación que aquella chica más joven, sagaz e inteligente que ella, producía en su machacado cerebro.

El libro sigue abierto entre sus manos por la página 91 y Angie cae en la cuenta de que no le produce ningún tipo de sentimiento. No si no está Dai presente. Esta vez es así... Suspira profundamente y vuelve a mirar las diminutas acotaciones. No será capaz de descifrarlas ni en mil años. Sólo le queda la esperanza de que Dai entienda la letra de su hermana y esté dispuesta a colaborar con ella; y también tiene esa extraña frase junto al número de paginado. Puede que sea un comienzo. Quizá debería leer este capítulo del libro inmediatamente en busca de alguna pista. Son apenas diez páginas, le sobrará tiempo hasta que tenga que volver a la casa de Tomás y Elvira. Sin embargo, sabe que no podrá hacerlo. La calle la está llamando desde hace un buen rato. A pesar de que el día es gris y triste, tiene la sensación de que hay algo esperándola ahí afuera. Mira su reloj de pulsera y decide vestirse rápidamente. Son las nueve y media. Le queda un buen rato hasta que llegue la hora de su cita con Dai. Se levanta de la mesa y mete el libro apresuradamente en su bolso, no sin antes mirar la frase una vez más:

"NO ME ARREBATARÁS EN UNOS MESES LO QUE ME COSTÓ CONSEGUIR TODA LA VIDA"



4 comentarios:

Gissel Escudero dijo...

Es bueno tenerte de vuelta, amiga. ¡Y a tu historia también!

Besotes,

Gissel

Irlanda Herrero dijo...

Feliz de estar aquí Gissel.
Besos.
Mariluz

Marse Sobrino dijo...

"NO ME ARREBATARÁS EN UNOS MESES LO QUE ME COSTÓ CONSEGUIR TODA LA VIDA".
No podia ser de otra manera Mali, esa frase lleva tu firma, y creeme, no te han arrebatado nada, tus letras, tus palabras, tus personajes estaban guardandote y esperandote en ese baúl de tu imaginación que dejaste entreabierto, tan solo has tenido que abrirlo del todo pero comprobar que todo seguia intacto, y lo has vuelto a demostrar en "El otro lado del espejo", por cierto...¿te he dicho que me ha gustado?, no hace falta, ya lo sabes.

GLORIA ZÚÑIGA dijo...

Su tuviese que hacerte una reseña literaria,optaría por buscar los puntos "flacos" de tu narrativa...El problema que surge,es que no los encuentro.